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Después de 35 años en este oficio de enseñante, toca retirarse. Lo hago conservando la misma ilusión con la que empecé en este mismo pueblo allá por el año 1983. En estos 35 años sólo he pasado por dos centros, el I.E.S. Mediterráneo de La Línea y el I.E.S. Al Ándalus de Almuñécar.

En Almuñécar he pasado más de la mitad de mi vida. Mi primera clase la di aquí, en mi año de prácticas después de aprobar las oposiciones. Fue un año maravilloso, en donde se forjaron muchas de las grandes amistades que hoy tengo. Al año siguiente me dieron mi primer destino definitivo, La Línea de la Concepción. Aunque no me gustó nada y lo pasé fatal al marcharme de Almuñécar, allí pasé unos años estupendos. Pedí traslado y después de 4 años volví de nuevo a Almuñécar, pero con mucha pena porque allí dejaba un trocito de corazón. De esos años en la Línea conservo buenos recuerdos y grandes amigos, que a día de hoy después de 30 años lo siguen siendo aunque ya nos veamos poco.

A lo largo de estos años he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas, alumnos, padres, compañeros,… y cuando miro atrás sólo recuerdo cosas buenas de todos ellos. Por supuesto que ha habido momentos malos, pero es tal la inclinación de la balanza hacia los buenos que los malos quedan insignificantes.

Siempre me gustó mi profesión, desde pequeña quise ser profesora de Matemáticas, por eso el día que aprobé las oposiciones se cumplieron mis sueños. Es un lujo poder trabajar toda tu vida en algo que te gusta, te llena, te entusiasma,…

Además de mis clases, siempre he tratado de implicarme en la vida de los dos institutos en los que he estado y esto ha cumplimentado mi labor docente. El trato con los alumnos fuera de las clases rutinarias es algo muy gratificante.

Ahora, cuando me quedan pocos días de clase, y sin negar esa parte de mí que se entristece al pensarlo, hago repaso de todos estos años y me siento feliz porque me doy cuenta de que soy una persona muy afortunada. He tenido la suerte de tener grandísimos compañeros en estos años, tanto docentes como no docentes. Compañeros con lo que he compartido muchas cosas, dispuestos a ayudarme siempre que los he necesitado, colaborando en cuantas tareas he emprendido, aguantando mis neuras cuando me atacaba,… Nombrarlos a todos sería imposible y no me perdonaría dejarme alguno en el tintero

Muchos de esos compañeros se convirtieron en amigos. Amigos que siempre han estado ahí en mis momentos más duros y que han disfrutado junto a mí en todo lo bueno que me ha pasado. Algunos se marcharon a otros centros, otros lugares, … y con otros voy a tener la suerte de seguir compartiendo el trabajo hasta el final de esta etapa. Me consta que muchos de ellos me van a echar de menos como yo a ellos, pero todos tienen que saber que saber que se va la compañera, pero siempre quedará la amiga.

Y ahora quiero mencionar a mis alumnos. En tantos años de enseñanza han pasado por mis aulas miles de chicos y chicas de todas las edades. He tenido grupos malos, regulares, buenos y muy buenos, chavales con los que he disfrutado y otros que me lo hicieron pasar muy mal. Pero hasta a esos que me lo hicieron pasar mal, al volver la vista atrás me doy cuenta que los recuerdo con afecto.

Y lo más importante de todo son las innumerables muestras de cariño y agradecimiento que año tras año, al terminar su etapa de bachillerato, he recibido de mis alumnos. No hay mayor satisfacción para un docente que recibir un mensaje de ellos o sus padres agradeciéndote lo que les has ayudado, lo que han disfrutado en tus clases o que has conseguido que le gusten las Matemáticas. Yo he tenido la grandísima suerte de recibir muchos de estos mensajes y eso es lo más bonito que me ha podido pasar.

Por eso, el pasado día 1 de junio en la graduación de la promoción 2018, último grupo de 2º de bachillerato al que he dado clase, quise leer un poema.

Este poema de Gabriel Celaya, con el que me siento muy identificada, iba dedicado a todos esos alumnos y alumnas que han pasado por mis aulas en todos estos años, con mi más profundo agradecimiento por todo lo que me han aportado, y por las muchas muestras de cariño que he recibido siempre. El poema dice así:

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
Hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.

 

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

 

Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño,
irá muy lejos por el agua.

 

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.

 

Y por último, quiero aprovechar estas líneas en nuestra revista de centro para dar las gracias a todos mis compañeros que siempre han estado y están ahí, con los que he compartido tantas cosas y que han contribuido a que mi vida laboral haya sido tan gratificante. Me tendréis siempre.

Muchas gracias

Mª Jesús Narváez Zapata

 

 

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